miércoles, 25 de julio de 2012

Los cien días del plebeyo(*)




"Una bella princesa estaba buscando consorte. Nobles y ricos pretendientes llegaban de todas partes con maravillosos regalos: joyas, tierras, ejércitos, tronos... entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo que no tenía más riqueza que el amor y la perseverancia.

Cuando le llegó el momento de hablar, dijo: princesa, te he amado toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas. Ese será mi dote.

La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar: 
- Tendrás tu oportunidad: si pasas esa prueba, me desposarás.

Así pasaron las horas y los días. El pretendiente permaneció fuera del palacio, soportando el sol, los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente súbdito siguió firme en su empeño sin desfallecer un momento.

De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa que con un noble gesto y una sonrisa aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas, se hicieron apuestas y algunos optimistas comenzaron a planear los festejos.

Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona salieron a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, pero cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la princesa, el joven se levantó y, sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar donde había permanecido cien días.

Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa: 
- ¿Qué te ocurrió? Estabas a un paso de lograr la meta, ¿Por qué perdiste esa oportunidad? ¿Por qué te retiraste?

Con profunda consternación y lágrimas mal disimuladas, el plebeyo contestó con voz baja:
- La princesa no me ahorró ni un día de sufrimiento, ni siquiera una hora. No merecía mi amor."

Es así como el plebeyo nos deja una gran lección, haciéndonos entender que en una relación sana, debe existir una retribución equilibrada de afecto y compromiso, donde ambas partes se involucren sin ser necesario el sacrificio del bienestar propio en pro de la aceptación del ser amado, pues éste tiene que hacerse merecedor del amor ofrecido.

Está en nuestra manos tomar la decisión, que cada relación de pareja que asumamos en nuestra vida, sea productiva.

(*) Jaime Lopera y  Marta Bernal. La culpa es de la Vaca. Bogotá, Intermedio, 2002.

Psic. Carolina Fandiño G.
Psic. Denny Ortiz N. 

viernes, 20 de julio de 2012

¿Mejor malo conocido que Bueno por conocer?


Este viejo y reconocido refrán encierra una sospechosa verdad, pues muchas relaciones nocivas están basadas en este pensamiento, que analizado de manera concienzuda se podría pensar que describe el temor y la resistencia que presentamos ante la posibilidad de cambio. Muy probablemente porque este implique dejar caer un pesado y viejo  equipaje, que viene cargado de maneras de comportarnos a las cuales ya estamos habituados y aunque a veces del todo innecesarias, nos negamos a dejarlas de lado.   

Es entonces que estos comportamientos inadecuados tienden a surgir cuando elegimos amar a otra persona, pues insistimos en traer al presente las experiencias acumuladas del pasado, poco o nada exitosas, con la intención de hacerlas funcionar en esta nueva oportunidad, convirtiéndose en renovadas expectativas, es decir, en anhelos o deseos frustrados que ahora se transfieren una vez más a quien llama nuestra atención, el cual se escoge (de manera inconsciente) con los mismos patrones de conducta de parejas anteriores, no por casualidad sino por causalidad*, convencidos que en esta ocasión se triunfará.

Así pues, optamos por lo conocido, puesto que nuestro inconsciente supone que no existe otra forma de hacerse, manteniéndonos según esté, en un territorio “seguro”, apegados a sentimientos y emociones conocidas, auto-saboteando cada intento por alcanzar aquello llamado felicidad.

Es así como estas inadecuadas formas de relacionarnos con el otro, brotan de nuestra personalidad con total naturalidad, puesto que nos sentimos más “cómodos” ejecutando los ya estudiados pasos de baile con nuestra pareja, los cuales a pesar de encontrarse enmarcados por el dolor y el sufrimiento, son preferibles a la angustia que provoca lo desconocido e incierto, reanudando entonces lo que se asemeja a una infinita espiral, la cual va reproduciendo dicho dolor una y otra vez en cada intento por iniciar una “historia diferente”, sin hallar ninguna salida aparente, resignándonos a padecer lo ya padecido, siendo “mejor experiencia mala conocida que buena por conocer”.

Muy probablemente lo que nos mantiene anclados a ésta situación,  es el temor a la introspección, es decir indagar, buscar en nosotros mismos y darnos cuenta del verdadero origen del fracaso emocional, el cual se encuentra amarrado a experiencias no resueltas de nuestra niñez, que no logramos conectar con nuestro comportamiento presente.

Queda mucho más fácil culpar a factores externos, declararnos presos del destino, de la mala fortuna, de Dios, de la vida, antes que asumir la responsabilidad y hacernos cargo de ello. Entonces podemos asegurar, que no se trata de buenos por conocer ni de resignarse a padecer malos ya conocidos, se trata de iniciar de manera decida nuestro propio proceso de auto-conocimiento y sanación, solo así  aprenderemos a elegir  nuevas y mejores opciones.

* Causalidad: Relación entre una causa y su efecto.

Autoras

Psic. Denny Ortiz N.
Psic. Carolina Fandiño G.