Un niño sintió que se le
rompía el corazón cuando encontró, junto al estanque, a su querida tortuga
patas arriba, inmóvil y sin vida.
Su padre hizo cuanto
pudo para consolarlo: <<No llores, hijo. Vamos a organizar un precioso funeral
por el señor Tortuga. Le haremos un pequeño ataúd forrado en seda y
encargaremos una lápida para su tumba con su nombre grabado. Luego le pondremos
flores todos los días y rodearemos la tumba con una cerca>>.
El niño se secó las
lágrimas y se entusiasmó con el proyecto. Cuando todo estuvo dispuesto, se
formó el cortejo –el padre, la madre, la criada y, delante de todos, el niño- y
empezaron a avanzar solemnemente hacia el estanque para llevarse el cuerpo,
pero éste había desaparecido.
De pronto, vieron cómo
el señor Tortuga emergía del fondo del estanque y nadaba tranquila y
gozosamente. El niño, profundamente decepcionado, se quedó mirando fijamente al
animal y, al cabo de unos instantes dijo: <<Vamos a matarlo>>. (*)
Hace un tiempo atrás me
encontré con este relato que me acercó a una de las razones por las cuales
tendemos a sufrir en las relaciones de pareja… las expectativas. Estas que nos
creamos en nuestra mente bajo la idea que si la otra persona complace nos
traerá la felicidad.
Pero la sorpresa que nos
depara la vida es que muchas veces ellas no se cumplen y como resultado nos
enfadamos, pues la realidad no coincide con nuestros planes.
Y entonces ¿cómo hacer
para que éstas dejen de estropear nuestra felicidad?
Lo que significó un buen
comienzo para mí, fue el entender que soy la encargada de mi felicidad y no es
el deber de otro ajustarse a mis deseos para hacer más plácida mi existencia,
pues eso implicaría que no estaría aceptando lo que realmente esa persona es o
tiene para brindarme, sino que condiciono el afecto al cumplimiento de mis
requerimientos.
Por otra parte el comprender
que como fui yo quien creó las expectativas, son mi responsabilidad y nadie se
encuentra obligado satisfacerlas. Reconozco que las emociones generadas me
pertenecen y por tanto está en mis manos volverlas a su cauce.
A su vez entendí que si
me encuentro frente a una situación indeseable para mi vida, es mejor
retirarme. Renuncié a manipular o presionar a la otra persona para que cambie a
mi gusto. Reconozco su ser y entiendo que su camino y actuar es diferente,
dejándole ir en un acto de amor, que aporta más a mi vida que el sostener una
relación en la que esté presente la insatisfacción.
Al mismo tiempo soy
consciente que lo que percibo como rechazos o agravios, está directamente
ligado a mis miedos e inseguridades y por tanto la experiencia me está
brindando la oportunidad de aprender, crecer y mirar las cosas desde otra
perspectiva… una mucho más real.
Y finalmente una
renuncia a los aprendizajes por saturación para darle la bienvenida a los
aprendizajes por comprensión, los primeros son aquellos en donde tomamos las
lecciones cuando estamos colmados, mientras que los segundos son los que con
mayor discernimiento y en razón del amor propio basamos las decisiones en pro
de nuestro bienestar.
No obstante cada tanto
se pierde el rumbo, pero el mantenernos atentos a nuestras acciones y los
resultados que estamos generando, nos harán retornar con mayor asertividad al
camino del equilibrio emocional.
Cuando en realidad no
eres tú lo que me importa, sino la sensación que me produce amarte, estoy más
cerca de mis expectativas y próximo al sufrimiento, negándome la aceptación de
ese ser verdadero y el disfrute del presente.
Psic. Carolina Fandiño García
¡Rompiendo Cadenas,
Extendiendo Alas!
(*) Extraído de “La oración
de la rana”
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