En esta ocasión contamos con una escritora invitada, la
Psicóloga Astrid Sarmiento, quien nos trae una reflexión que invita
a vencer el miedo a la libertad. ¡Deseamos les aporte!
“Ella lo vio partir, creía que todo había
terminado. Los cuatro años de relación habían sido relativamente buenos, excepto
el último, ese fue diferente. Como toda pareja, tuvieron momentos teñidos de felicidad
y desazón, fue esa mezcla exacta de la realidad: la conjugación de lo dulce y amargo,
de tocar el cielo y el infierno con las emociones alteradas de placer y dolor. - Nada es perfecto- Pensó.
Con cabeza fría y café
en mano recordó aquellos 365 días; un reloj en reversa marcaba 8.760 horas
dibujando ante sus ojos el detonante de la separación. Lágrimas recorrían las
pálidas y marcadas mejillas de una mujer deshecha; los labios, secos y
temblorosos simplemente alcanzaron a pronunciar el eco de un sentimiento
ahogado: -¡Lo hice!
Su estómago, como si hospedara
abejas asesinas se revolvía de solo pensar en el coraje que alimentó durante ese
tiempo, a la vez que un álbum fotográfico plasmaba en la mente sucesos tormentosos
en tonos blanco y negro porque así habían sido, experiencias negras llenas de
sufrimiento con el débil blanco de una esperanza de cambio. Logró mantener por
pequeños instantes aquel ¡Ya basta!
Aclarando mente y
garganta ratificó la decisión; sabía que en sus manos estaba la oportunidad de
librar la batalla hacia la libertad, pues ya no confiaba en las promesas de
aquel que la humillaba, vulneraba y le hacía sentir impotente fingiendo al día
siguiente amnesia a conveniencia. Alguno de los dos tenía que cortar aquel
cordón umbilical viciado que estrangulaba el amor propio, atándoles insanamente
a costa del abandono de la independencia del yo.
Respiró profundo y
pensó en su madre, en aquellas enseñanzas sobre el amor eterno y de llevar el
yugo a costa de las pruebas que la vida pone en el camino. Sintió algo de pena.
-No en vano la sociedad ejerce influencia en los actos personales. Musitó.
Resolvió dejar la
mente en blanco arrinconando las recriminaciones al borde de la conciencia, y
aunque volvió a experimentar una soledad insoportable y debilitante ya lo había
decidido; su voz, entrecortada por el cansancio de una lucha interna expresó
otra vez la hazaña: -Esta vez sí que lo hice, de nuevo.” (Astrid
V. S)
El psicólogo Erich Fromm desarrolló una interesante
idea en su libro “Miedo a la Libertad” (*):
La libertad
se relaciona con la noción que tenemos de nosotros como entidades escindidas e
independientes del mundo, pero el hombre puede valerse de unos mecanismos para
rehuirla pues teme la soledad.
A medida que se crece, se adquiere dicha noción de individualidad,
pero se experimenta a la vez un sentimiento de soledad frente a un mundo amenazante que trae consigo
responsabilidades y sentimientos abrumadores de duda frente al rol a desempeñar.
Si esa inseguridad prevalece, se renuncia a la
libertad positiva donde se
establecen vínculos con el mundo desde el afecto y expresión eficaz de sus
facultades intelectivas y emocionales por un abandono de la libertad afectando
la comunicación entre el yo individual y mundo quedando sumidos en la soledad.
Frente al abandono de la libertad se desarrollan unos mecanismos para soportar esa soledad, ejemplo
el autoritarismo, definido
como la “tendencia a abandonar la
independencia del yo individual propio, para fundirse con algo, o alguien,
exterior a uno mismo, a fin de adquirir la fuerza de que el yo individual
carece” (Fromm, p.177)
Este mecanismo se expresa en las conductas masoquistas
bajo sentimientos de impotencia, inferioridad y dependencia a agentes externos
yendo en detrimento de lo que realmente se quiere y en conductas sádicas
humillando y sometiendo a conveniencia el objeto de amor, substrayéndole
cualidades intelectuales y sensitivas. Ambos, el masoquista y sádico dependen
de ese otro para sentirse seguros y reafirmados. Lo anterior lo expresa este
ejemplo:
“Un hombre puede
dispensar a su mujer un trato típicamente sádico (…) Pero si la mujer consigue
reunir bastante valor como para anunciarle que está dispuesta a abandonarlo, el
marido (…) rogará que no lo abandone (…) como ella tiene miedo de mantenerse
firme, se inclinará a creerle y a quedarse modificando su decisión. Desde este
momento la comedia vuelve a empezar.” (Fromm, p.
181-182)
Entonces confrontándonos con lo anterior ¿Evadimos la
libertad y al sentirnos solos necesitamos de otro para enfrentar el mundo? Y
¿lo estamos haciendo bajo estos caracteres de sumisión y dominación? Si es así,
nuestra relación está construida bajo una simbiosis afectiva (**), una dependencia insana hacia ese
otro que creemos no poder abandonar evitando así la trágica soledad. Y es esa
trágica y negativa percepción de la soledad la que nos impulsa aferrarnos cueste
lo que cueste, diluyéndonos y anulándonos como personas únicas y valiosas.
El temor a sentirnos solos puede conllevarnos a vender
nuestra libertad al precio de una relación que no nutre, un amor que como droga
brinda una felicidad ilusoria y adictiva destinándonos al eterno retorno. Ciertamente
este tipo de relación tóxica torna el vínculo en sufrimiento, un goce que
sacrifica la independencia del yo obstruyendo el establecimiento de relaciones
sanas y soslayando el desarrollo pleno y satisfactorio necesario para la salud
emocional.
Aprender a reconocerse como un ser independiente que
no necesita fundirse en otro para dar sentido a la existencia, soltándolo y
soltándose uno mismo para fluir como pareja en libertad, garantizarán una relación
cimentada en el respeto que deja de lado el sometimiento y humillación que
tanto afecta el amor propio y la autoestima de la pareja.
(*) FROMM.
Erich. Miedo a la Libertad. Argentina: Editorial Paidos.
(**) Secundaria en este caso,
en donde la relación de pareja tiende a ser dependiente.
Autora
Psic. Astrid V. Sarmiento